sábado, 7 de mayo de 2011

Capítulo 14

Calor. Sentía un agradable y profundo calor por todo el cuerpo. Quería abrir los ojos, pero los párpados le pesaban toneladas y por el momento los dejó cerrados, intentando que sus otros sentidos le transmitiesen información. El aire que respiraba era tibio, con un ligero aroma a limpieza y desinfectante. Lo único que fue capaz de captar a través del oído fue el silencio, acompañado de lo que parecía la profunda respiración de alguien, durmiendo cerca. Además, sentía bajo ella una superficie plana, suave y mullida. Poco a poco fue recuperando el sentido, y volviéndose consciente de dónde estaba.

Un hospital.

Lentamente fue abriendo los ojos, con gran esfuerzo. Alguien había bajado la persiana casi del todo, para evitar que la luz entrase a raudales molestando a los enfermos. Sin embargo, incluso aquellos débiles rayos que se colaban por las rendijas le hicieron daño al principio. Al cabo de unos minutos, la puerta de la habitación se abrió, y entró una joven vestida con el uniforme de enfermera, y el pelo castaño claro recogido en una larga trenza, coronada con la característica cofia blanca.

-Señorita Lawliet -dijo alegremente, pero en voz baja-, por fin ha despertado.

La chica intentó incorporarse, y la asistente se acercó deprisa, por si necesitaba su ayuda.

-¿Cómo se encuentra?

-Yo... creo que estoy bien...

Miró a su alrededor. Tal y como había imaginado, otro paciente ocupaba una cama gemela a la suya, a su derecha. Éste dormía apaciblemente, pero una bolsa de suero y otra de sangre colgaban de un gancho sobre el cabecero, conectados a él a través de una vía. A pesar de las vendas que cubrían de su rostro, Tracia pudo ver que se trataba de Taiso.

-¡¿Él está...?!

-Tranquila -interrumpió la enfermera-, se pondrá bien. Aunque ha sufrido heridas más graves que usted.

-Tutéeme, por favor -pidió la joven que, ante los acontecimientos sucedidos, se sentía más joven e ignorante que nunca-. ¿Qué ha pasado? ¿Quién es usted? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

-Me llamo Luna, y soy una de las enfermeras de este hospital. Llegasteis aquí ayer, aunque yo no conozco todos los detalles. Sólo sé que habéis venido en estas condiciones porque fuisteis atacados por un Tigrex. Deberiais agradecer estar vivos.

-¿A quién debo agradecérselo? No sé quién nos trajo.

-Vuestro instructor fue uno de los miembros del equipo de rescate que fue enviado a las montañas a por vosotros. Será mejor que le preguntes a él cuando le veas. Seguramente vendrá por aquí pronto, parecía muy preocupado.

La mujer se fue, tras asegurarse de que las constantes de Taiso seguían estables y comprobar que Tracia estaba perfectamente. Ésta sólo sentía un leve dolor en las heridas superficiales causadas por las caídas, aunque en la espalda era algo más pronunciado. Levantó la sábana que la cubría, y pudo comprobar cómo le habían vendado la parte inferior del torso, por encima de la cintura. Posiblemente el Tigrex la había herido al embestirla.

Sin embargo, aparte de eso, no sufría ningún daño grave. Movió sus piernas, que respondieron correctamente y apenas sin dolor. En los brazos sólo tenía rasguños y cortes. Al parecer había salido de aquella completamente ilesa. Miró hacia la cama donde descansaba su compañero. No podía decirse que él hubiese corrido la misma suerte. Y en gran parte había sido por protegerla.

Se levantó de su cama con cuidado, intentando no hacerlo bruscamente para no marearse. Caminó hacia la cama de Taiso, y se sentó en el borde. La venda de la cabeza le rodeaba la frente, cubriéndole hasta las cejas. Su suave pelo castaño asomaba por arriba, recién lavado seguramente por las enfermeras. La joven lo acarició con cuidado, poniendo toda su ternura en aquel gesto. Si no hubiese sido por aquel chico, no hubiese salido con vida.

-Gracias -susurró, depositándo un ligero beso en los labios.

Sin más ceremonia, volvió a su cama, donde volvió a dormirse pasados apenas unos segundos. Taiso, a escasos metros, dormía profundamente, ajeno a lo que acababa de suceder.


Las paredes de la cueva helada eran cada vez más estrechas. Parecía que todo estaba a punto de derrumbarse, ya que la frágil estructura no podría resistir la brutal carrera a la que se veía sometida. Taiso corría como podía a través del minúsculo túnel, huyendo de un gigantesco Tigrex. Era una criatura descomunal y monstruosa, de colmillos y garras grandes hasta lo repulsivo. Según avanzaba el animal, iba destruyendo las paredes y la cueva a su paso. El chico corría y corría, sin parar a pensar siquiera en hacerle frente.

De pronto, vio como la luz de fondo se oscurecía hasta dejar la cueva en la más profunda oscuridad. La salida se había bloqueado con la nieve. Taiso no paró de correr. Antes de irse la luz, se había fijado en que era un pasillo recto hasta la salida tapada. Además, el Tigrex seguía detras suya. No podía parar.

De pronto, el choque. La nieve recién caída saltó por los aires en forma de pequeñísimos copos, rodeando a Taiso, que acababa de salir al exterior. El problema era... que no había suelo.

El precipicio era gigantesco y el joven cazador voló literalmente unos pocos metros antes de dirigirse inevitablemente hacia abajo. Se encontraba a miles de metros del suelo, los árboles apenas parecían borrones verdes desde donde se encontraba.

Girando el cuerpo hacia arriba, vio como el Tigrex volaba sobre él. La bestia casi ocupaba el cielo, creciendo a cada segundo. Su mandíbula, del tamaño de la posada de Ellen, esbozó una sonrisa macabra.

Taiso gritó con todas sus fuerzas.

-¡EH!, ¡eh! - dijo una voz - ¡tranquilizate, muchacho!, ¡todo esta bien!.

No respondió. Estaba incorporado sobre una cama de sábanas blancas, muy blanda y cómoda. Tenía vendas por toda la frente y el pelo, cubriéndoselo a modo de gorro ridículo. Tiritas cubrían numerosos cortes por su cuerpo y tenía puntos en dos de los largos arañazos causados por el Tigrex. La pierna derecha, la que había sufrido peor trato tras la misión, estaba firmemente vendada bajo las sábanas.

El chico acarició suavemente el vendaje, como si aún no creyera lo que veía. Observó también las dos bolsas de suero y sangre que colgaban a su lado, inyectadas a su brazo.

-¿Que demonios...? - dijo mientras se intentaba quitar las agujas.

-¡Quieto ahora mismo! - chilló la enfermera - ¿sabes acaso lo mucho que necesitas esto?, ¡ni se te ocurra quitartelo!.

Taiso ignoró sus gritos, pero dejó de tocar las agujas. Observó la habitación.

-¿Donde estoy?

-En el hospital de la Aldea Pokke - respondió la chica, aún con el ceño fruncido - te trajeron hace varios días de las Montañas Nevadas un grupo de rescate. No estoy segura de cuantos días han pasado exactamente desde tu llegada, quizá cuatro o cinco.

-¿Llevo cinco días durmiendo? - esta vez fue Taiso quien alzó la voz.

-Estabas agotado y herido de gravedad. El diagnóstico decía que dormirías por lo menos una semana - la enfermera comenzó a revisarle las heridas - cortes, magulladuras, heridas infectadas... Podrías haber perdido la pierna de haber tardado unos días más en venir. Has salido mucho peor parado que tu compañera, te lo aseguro.

-¡Tracia! - el joven comenzó a mirar toda la habitación, como si esperara que su compañera apareciera de detrás de un mueble - ¿como está?, ¿está herida?.

- Algunos cortes, pero nada importante. Como te he dicho, esta mucho mejor que tú. La dimos el alta al día siguiente de vuestra llegada. Aunque, con todo el tiempo que ha pasado aquí, casi podríamos haberla dejado ingresada - la chica, no mucho mayor que Tracia, se rió en voz baja.

-Ella estuvo aquí, ¿por mí? - el chico estaba sorprendido. Nunca se había llevado bien con su discípula, y el súbito acceso de cariño de la joven era algo inesperado.

-No paraba de repetirme que la habías salvado varias veces, que no te podías morir, que haría lo que fuera... parecía un poco histérica, la verdad. Por cierto, soy Luna - la joven enfermera le tendió la mano - por supuesto, ya se quien eres tú.

Sin responder nada, Taiso le tendió la mano con una mueca de dolor. Se la estrechó brevemente.

- ¿Que pasó en las montañas?

Luna se sentó en la cama del chico y le contó, como hiciera con Tracia días antes, lo que había sucedido. Como se habían desmayado y el rescate por parte del instructor y su equipo.

-¿Como están ellos?, ¿algún herido?

-Lo típico en ésta clase de casos: cortes, golpe... nada nuevo. Lo más grave son las heridas de uno de ellos, no recuerdo su nombre ahora mismo. El Tigrex le rasgó la pierna izquierda desde el muslo hasta el tobillo, partiendo varios huesos y tejidos. Aún no estamos seguros de si podrá volver a andar con normalidad.

-Vaya... - los remordimientos comenzaron a asaltar al chico. Por culpa de su imprudencia, un cazador podría ver truncada su carrera para siempre.

-Por lo demás, todo bien. Son gente dura, como corresponde a los cazadores de... - unos golpecitos en la puerta, un tanto tímidos, interrumpieron la conversación entre enfermera y paciente - ¡adelante!.

Tracia entró en la habitación. Vestía un conjunto de pieles de colores rojo y negro, además de unas botas altas. La piel era el componente principal en la ropa de los aldeanos Pokke, de manera que no había en ella nada extraño. Lo que realmente llamaba la atención eran sus ojos, de un marrón verdoso, que brillan con intensidad. Daba la impresión de ir a echarse a llorar de un momento a otro. Observó a su maestro, incorporado en la cama, sin decir nada.

-Creo que os dejaré solos - Luna se levantó de la cama y se dirigió a la puerta - Taiso, aún no estas curado, así que procura no moverte demasiado. Ni se te ocurra quitarte NADA, ni vendas, ni agujas, nada de nada. ¿Me has entendido? - terminó en un tono que no admitía una negativa.

-Entendido.

La enfermera salió por la puerta, cerrando con suavidad. Al quedarse sola la pareja, ninguno de los dos dijo nada durante unos instantes. El uno inspeccionaba al otro. Mientras Tracia recorría con la mirada todos los vendajes y heridas de su compañero, Taiso veía algunas vendas y tiritas en ciertos puntos, aunque ciertamente sus heridas no eran nada en comparación. Había salido bien parada.

“Me alegro por ella”, pensó el chico.

Tracia se acercó y se sentó en la cama. Miró a su maestro con las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes.